viernes, 27 de febrero de 2009

¡Terror en el supermercado!

¡Horror en el ultramarinos!
No, no ha desaparecido mi novio. Todavía no ha aparecido. ¿Quién sabe ande andará?

Hoy he ido a hacer la compra. Estaba en la caja para no huir con lo puesto (en el carro) y convertirme en mangante (de esos andamos sobrados).
Esperando mi turno para ser atracado, pacientemente esperaba, legalmente atracaban ellos, cobraban a una mamá con dos de sus dos retoños; uno incrustado en el asiento del carro, aun cabía, y el otro al pie del cañón; devorando un paquete de sugus ambos los dos; la madre de los corderos se olvida algo y a por ello se va rauda y veloz.
Allí quedan, criaturitas.
El pequeño de entre los dos, supongo yo que en un pronto, manda la bolsa de sugus a los cuatro vientos. Ellos, muy obedientes, se esparcen por doquier.
En éstas, me agacho para ayudar en la recolecta de lo sembrado. El jornalero de a pie me mira igualito que a un lardón (este palabro es de la cosecha propia de Gonzalo, ¡lástima no poder transcribirla con la entonación adecuada!), empieza a recoger sugus cómo sí le fuese la vida en ello y mi intención fuera robársela. El incrustado poco menos que igualmente, mejor para mí el incrustamiento, sino entre los dos me envían a mejor vida fijo.
Ayúdoles para evitar problemas mayores en llegando la madre que los parió, ni más ni menos.

Liándome como me lío, el horror terrorífico es el siguiente: los pezqueñines, ellos no saben más, ni gracias por la ayuda ni na de na.
El problema que ve uno, la madre no da las gracias. Es más, mira con reproche incluido ¿qué quieres? ¡Pues nada, eso quiero!
¿Sabes lo que significa la educación? ¿En algún momento de tú vida te planteaste tener hijos? ¿Quieres?

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