El miércoles pasado estuve de salida (ya estamos con esa mente calenturienta, verdes, más que verdes. A ver si va a resultar que las salidas o salidos sois vosotros ustedes. Vale, yo también, of course, ¡que bonito es el verdismo!, caray, y sí se tercia compartido, el empezose; como diría tita Marilús, ¡de carallo pa riba!). A lo que te voy, sino esto corre peligro de convertirse en un batiburrillo de mucho cuidadín, sí no lo es ya. Es que me lío solito (¡claro,! porque no puedes hacerlo en pareja, ¡ja, ríete de los pajaritos de colorines!).
Pues fuimos de visita a una exposición sobre apicultura. Sí hombre, o mujer en su caso, esos animalitos que vuelan, zumban, recolectan, hacen la miel en los labios, polinizan,
se organizan,
y además de todo lo anterior (por si fuera poco) decía Albert Einstein sobre ellas: “si la abeja desapareciese de la superficie de la Tierra, al hombre sólo le quedarían cuatro años de vida: sin abejas, no hay polinización, ni hierba, ni animales, ni hombres”.
Por sí ni con todas las explicaciones anteriores sabéis de que animalitos voladores hablo, a mayores os diré que el ser humano (o simplemente animales con ropa, en algunos casos) toma dos posturas bien distintas ante su aparición delante de él, a saber:
1-. Postura inmóvil, cual petroglifo viviente (ésta la adopto yo personal mente. Y conste que no es influencia del yoga, pues era así ya antes de practicarlo);
2.- Postura, o posturas más bien, igualito que sí te hubiera o hubiese dado el baile de San Vito (Corleone noooo, para entendernos, vamos, epiléptico total).
Y la segunda opción es errónea cien por cien (diez mil). Imagínate que impresión se puede llevar el animalito en cuestión cuando ve a alguien dando bandazos y brazadas. Pensará que, o bien le quiere dar un mamporro, o está practicando la natación, y para eso que se tire a la piscina él, que puede, ¡no te jeringa!. Más quisiera yo que refrescarme, piensa la baejita después de largo vuelo.
Las abejas tienen una sociedad mejor estructurada que bien. Dentro de un panal de rica miel existen las siguientes escalas sociales (ni ahí se libra el mundo mundial de clasismo):
-De primera está la Reina (la de los mares no, la del panal o colmena). Curiosa hembra esta. Nada más que de poner y de poner huevos todo el santo día (como que tres mil puede al día, la muy huevuda). Nada más que hay una, y punto,
AQUÍ MANDO YO
SANSEACABÓ.
A veces, cuando ya la ciudad se vuelve insufrible por exceso de huevos, tráfico, ruidos y población a tutiplén, la Reina mora de la moreria decide emigrar a otro lugar. Entonces manda inspectores de terrenos en tareas de reconocimiento, en busca de otro Edén abejoril, o que así se lo parezca al mandado, claro (pero como para eso ella es muy lista manda al reconocedor más eficiente en los exámenes de fin de curso, y como muy tonta no es, por sí ha copiado éste, envía a otros cuantos más). Al final, o en principio de la nueva colmena, no sé sabe muy bien, sí es porque el que regresa con la información del mejor Edén,
lisonjea mucho y bien,
o por la listura propiamente propia de su majestad, ella siempre hace la mejor elección (o así se lo parece a ella, y están los tiempos como para discutirle nada, que te manda al paro sin subsidio ni na. Y eso en el mejor de los casos, en el peor te pones a discutir y te manda a la muerte, y de ahí no se tienen noticias del regreso de ninguna abejita, bonita o no).
La cosa es que cuando el Edén, nuevecito por estrenar,
en primera línea de flores vírgenes a libar,
protegida de vientos del norte, orientada al sur, oséase situación idílica,
es encontrada
decide ella solita emigrar,
y se lleva al grueso de la colmena con ella. Sólo deja en el antiguo lugar
un grupo reducido de obreras (esa es otra capa social que ya explicaré en su momento oportuno, aunque de seguir así será pasado mañana como muy pronto. Jodere Jose, que complicado y cuantísimo tiempo lleva una lección de abejorismo), además de haber ya presupuesto que será necesario sustituirla, con lo que habrá dejado también un par o tres de futuras reinonas gestándose en sus hexágonos. Pero al final quedará, de las que nazcan, sólo una, será la más fuerte y la fraticida, ganará a sus hermanísimas por la fuerza, es decir, las envía a criar malvas (para después poder libarlas y que el ciclo continúe).
Por cierto que la Reina sólo sale de la corte una vez al año. Cuando termina el invierno sale a desperezarse, se da un garbeo y vuelta a poner y de poner.
Que aburrimiento ser reina.
¡Ah!, se me olvidaba deciros que viven entre tres y cinco años.
- Zánganos, los que sigue en la escala social. Suelen ser muy vagos ellos, de hecho lo son. Fíjate, es que son los únicos machos del colmenar. Lo único que hacen es fecundar a la reina (habrá quién piense que no es poco, y puede ser que sea que estén en lo cierto, o no). Eso sí, cuando llega septiembre, se los cargan a todos. Pobres, no dan para más, y claro, no es cuestión de mantener a unos chupópteros todo el invierno, ni que fueran maharajaes de la India. Non, a vaquiña polo que vale, derroches los mínimos.
Estos bichines voladores, que también salen una vez al año para perseguir a la reina, viven en una aproximación de tres meses.
- Y ya, por último (para ami es de primero), tenemos a las OBRERAS. La base de todo el cotarro, el sustento de tanta tontería.
A ver, tienen una vida plena. Nada más nacen durante cuatro o cinco días se dedican a la limpieza del complejo residencial. Suele haber entre 30 y 40 miles de ellas.
Entre los días cinco y seis hasta los doce (todas estas fechas son un suponer, pues no se conoce de ningún caso en que una obrera dejase diario con fechas estrictas de su vida) dedican su existencia a nutrir con jalea real las larvas de las futuras obreras, zánganos o reinas.
Por cierto, quién decide sí una abeja va a ser reina, zángano o obrera son las propias obreras (y esto lo deciden según la alimentación que les proporcionan a las larvas, sí durante todo el proceso de alimentación les proporcionan únicamente jalea real nacen reinas ellas, oye).
Después, en un par de días se dedican a almacenar polen y néctar, además de ventilar la colmena para mantener la temperatura y humedad sin variaciones. Luego se convierten en guardianas del panal para que no entre ningún indeseable o alguna indeseabla. Y después a volar hasta su defunción, en libertad, llenándose de polen y néctar, de flor en flor, retozando, colorines, unmmmm, que justo.
Hola Rafaela ¿sí fueras abeja, qué te gustaría ser?
Yo, por mis partes lo tengo clarisísimo. Quiero ser obrera.
A lo mejor, o a lo peor dices tú ¿pero estás loco, nada más que de trabajar y de trabajar? Bueno, eres muy libre de elegir.
Pero ten en cuenta que mi misma mismidad diría: ¿pero estás loco, encerrado toda la vida, no conocer nada, o como mucho saber lo que hay fuera y nada más poder disfrutarlo un día al año? No podría con ello.
Por cierto, no dije que las obreras viven ma o meno cuarenta y cinco días en primavera y verano (en invierno más, pues están en estado de letargo y no consumen energías, tres meses, a bote pronto existen).
Prefiero una vida plena breve a un sinvivir sin vivir.
Otro día, si se tercia, hago una reflexión (¿será mejor el tinto o el blanco?, Uy, no, esa es una raflexión) de lo expuesto en relación a mí trabajo. Suelta liquidillos viscerales, se presta el texto, y mucho.
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Definitivamente, sería zángano. Qué delicia tener la cópula por única ocupación y en los intervalos de inactividad dedicarse a reflexionar sobre nuevas posibilidades de efectuar la grata tarea...
ResponderEliminarAdemás me ahorraría los inviernos y la decrepitud. Morir en septiembre, en mi caso, tendría cierta dosis de "justicia poética".
Un saludo, obrera.