viernes, 16 de abril de 2010

Dos tazas de té.

Algunas más. Muchísimas más, son necesarias, para llegar a comprender alguna cosa.


“… Hyakujõ (Pai-chang) paseaba por un bosque en compañía de sus discípulos cuando apareció una liebre corriendo ante él.

-¿Por qué huye esta liebre? –preguntó Hyakujõ.

-Porque nos tiene miedo –respondió el discípulo.

-No –replicó el maestro-, huye porque nosotros tenemos instintos mortíferos.

…Una de las cualidades más sobresalientes de un verdadero maestro del té es saber barrer, lavar y fregar, puesto que la pulcritud es un arte…

… Rikyu miraba a su hijo Sho-an, que estaba regando y barriendo el rõji o galería de que tantas veces hemos hablado.

-Aún no está bastante limpia –dijo Rikyu cuando Sho-an hubo acabado la tarea y le ordenó recomenzarla.

Después de una hora de trabajo tedioso, el mozo se volvió hacia el autor de sus días y le dijo:

-Ahora está perfecto. He fregado tres veces la escala, he estregado los faroles de piedra, he rociado los árboles; el musgo y los líquenes resplandecen con la frescura de su verdor y en el suelo no encontrarás ni una hoja ni una paja.

-Joven necio –refunfuñó el maestro-, no es así como se pule una galería.

Y pronunciadas estas palabras, Rikyu entró en el jardín, sacudió un árbol y esparció por doquier hojas púrpuras y doradas, hilos del manto de brocado del otoño…


Capítulo V

EL SENTIDO DEL ARTE

¿Conocéis el cuento taoísta del Arpa domesticada? En el desfiladero de Lung Men crecía desde hacía tiempo, mucho tiempo, un árbol Kiri (Paulownia), que era el verdadero rey del bosque. Su copa era tan alta que podía conversar con las estrellas, y sus raíces se hundían tan profundamente en la tierra que enlazaban sus bronceados anillos con los del dragón de plata que dormía debajo de él. Sucedió que un poderoso mago construyó con madera de las ramas del gigante vegetal un arpa prodigiosa cuyo espíritu indomable sólo podía ser amansado por el más grande de los músicos. Durante mucho tiempo, ese instrumento armonioso formó parte del tesoro del emperador de China, sin que ninguno de los muchos maestros que uno después de otro habían intentado arrancar una melodía a sus cuerdas, viera su tentativa coronada por el éxito. En respuesta a sus esfuerzos desesperados, el arpa no emitía más que duras notas de desdén, nada acompasadas con la dulzura de los cantos que ellos trataban de entonar. El arpa se negaba a acatar la soberanía de ningún señor.

Hasta que apareció Pai Ya, el príncipe de los arpistas, quien con delicados dedos empezó a acariciar el arpa como el desbravador que intenta domesticar un potro salvaje y echó los brazos cariñosamente a las cuerdas. Cantó la naturaleza y las estaciones, las altas montañas y los rápidos torrentes, y todos los recuerdos dormidos del árbol padre del instrumento iniciaron su despertar. Nuevamente la dulce brisa de la primavera enredó sus cabellos entre las ramas. Las jóvenes cascadas cantaban río abajo y sonreían a las flores nacientes. Otra vez volvió a oírse la soñolienta tonada estival colmada de miríadas de insectos y el murmullo suave de la lluvia y el lastimero canto de la abubilla. Escuchad ahora: un tigre ha rugido y el eco del valle estremecido le contesta. Es el otoño que acaba de llegar: en la noche desierta, la luna afilada como una espada reluce sobre la hierba helada. Después, el invierno se enseñorea de todo y en medio del aire de lana y de nieve revolotean los cisnes y el sonoro granizo marceño azota las frondas con una alegría de chivo salvaje.

A continuación Pai Ya cambió de registro y cantó al amor. El bosque inclinose como un joven galán, perdido en sus pensamientos. Allá en lo alto, como si fuese una altiva doncella, flotaba una nube de deslumbrante candor, que a su paso arrastraba por tierra negras sombras alargadas, tristes como la desesperación. El diapasón torna a mudarse. En ese momento Pai Ya canta a la guerra, los aceros que se entrechocan y la caballería que relincha. Y desde el cordaje del arpa se alzó el estruendo de la tempestad de Lung Men: el dragón cabalgaba el rayo; la avalancha de nieve rodaba montaña abajo como un terremoto producido por mil truenos. El monarca de China, embelesado, preguntó al trovador cuál era el secreto de su victoria.

-Señor –respondió Pai Ya-, todos los otros tañedores han fracasado porque sólo se cantan a sí mismos. Yo he dejado que el arpa escogiera el tema de su música y, en realidad, cuando ejecutaba las piezas musicales, no sabía si el arpa era Pai Ya o Pai Ya era el arpa.

…Una obra maestra es una sinfonía combinada con nuestros pensamientos más exquisitos…

…La obra maestra está en nuestro interior y nosotros estamos contenidos en la obra maestra…

…Clasificamos demasiado y valoramos demasiado poco…

…El arte de hoy es el que legítimamente nos pertenece, puesto que es nuestro propio reflejo. Condenarlo es condenarnos a nosotros mismos. Se pretende que la época actual no posee arte propiamente dicho. ¿Quién es responsable de ello? ¿No es un bochorno, que a despecho de nuestras rapsodias sobre los antiguos, seamos tan escasamente adictos a nuestras posibilidades? (Inciso de ami ¿no lo crees así?) En un siglo, inmovilizado en su centro mismo como el nuestro, ¿Qué ejemplos de original inspiración ofrecemos? El pasado puede mirar con compasión la esterilidad de los tiempos presentes. Destruimos el arte aniquilando la belleza de la vida. ¿Aparecerá el taumaturgo prodigioso que del tronco de nuestra sociedad se fabrique un arpa maravillosa que haga resonar melodiosamente con sus dedos?...

EL LIBRO DEL TÉ.

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