“Cuando tenía cuatro años mi padre se fue a la revolución, y no dejó aviso de regreso. Y en esa edad me puse a limpiar casas, y desde entonces no he parao. A base de fatigas, conseguí este piso, donde he sacao adelante a toda mi familia, y no creas que ha sido facis, especialmente cuando vivían mi madre y mi marío, que se llevaban como el gato al agua. No sé cuantos gritos se habrán pegao en estas paredes, que tienen más voces que manos de pintura…
Ahora que lo que me ha matao, es la humedad. Fíjate si habré pasao frío en el invierno que estaba deseando que llegara el verano para solo pasar hambres…
Por eso, cuando yo me muera, a mi que me entierren en llamas, quisiera irme al cielo calentita, como las castañas, ay que gusto, hijo mío, que cosa más linda…”
Así empieza “Cándida”, con monólogo preciosista. Una pinícula, sí, pero basada en hechos tan reales como los vividos por ella misma... Al mismo tiempo me hace mucha gracia, lloro de risa, acompañada de tristeza, de una dureza ablandada por el agua.
Otros tesoros más, en forma de diálogos:
“…Para de fumar, que vamos a tener que donar tu cuerpo al Ministerio de Obras Públicas para que hagan carreteras…
… El Marqués tiene una foto con el Rey Alfonso XXL, o sea extralargo…
… Desde que tuvo el orgasmo cerebral, no sabe muy bien lo que dice…
… ¿Puedo digerirme al público?...
…Y sé que lo blando gana a lo duro; yo no he visto mancha, por muy dura que sea, que no salga con el agua… Por que los besos que son muy blanditos, como el agua, y quitan muy bien la mancha de la soledad, por muy duras que sean…
… Al fin y al cabo todos venimos de las chuletas de Adán…
… Y quiero advertir al mundo que aunque no padezco de estrés, soy portador…”
Una simpática pinícula para uno, empática pinícula, dura realidad para otros.
Si tal, bien. Sino, pues nada.
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