La mamma mía.
No me molesta que venga, lo agradezco. Pero no sin avisar.
Tiene llaves. Entró sin decir que venía.
Escribía. Ya sé, no merezco el premio a la mejor literatura, tampoco lo pretendo. En los momentos que escribo, por lo general, se me escurren las cosas de corrido, sin pausa. Se me fue, de la impresión inesperada se me fue el escurrimiento.
¿Y si hubiera estado preparando una cena romantiquísima? ¿O se diera el caso de estar encima de la lavadora, en pleno centrifugado?
Pues eso, a veces no respetan.
Os contaba ayer la cena programada del Giussepe con su novia actual,
Giussepe la relataba durante la partida de parchís de los viernes, mientras trabajo.
Quizá os preguntéis ¿pero mientras trabajas juegas al parchís?
Pues si, juego al parchís mientras tengo un ojo aquí y el otro más allá. En el interín del juego, veo que empieza a caerse de la silla, ipso facto me levanto. Llego antes de que el caído roce el suelo, lo protejo del caimiento. La silla cae sobre mi tibia y peroné. Que dolor, aun me duele.
Pero si, o no, mientras trabajo juego, disfruto frutos, sufro por la carencia de frutos, me encanta trabajar, me desanima trabajar, veo un poco más allá, veo que no ven, veo que no quieren ver, sé bien que les importa menos que cero mejorar a los que dirigen el cotarro, bien sé que lo único que quieren es su parcela de poder (¿o era de joder a los demás mientras ellos estén asentados en sus poltronas? No sé, o si sé, sigo pronunciando mal la p.).
Y así van, las cosas del vivir.
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