miércoles, 14 de enero de 2009

Arbóreas sensaciones.

Ayer retomé las clases de yoga después del parón impuesto por culpa de fiestas y demás jolgorios.
Y me pasó una cosa bien curiosa que nunca antes había experimentado. Una vez terminadas las asanas (o para entendernos posturas) y ya metidos de lleno en la relajación final me sentí talmemte como si fuera un árbol; y conste que no me quedé dormido, no. La siñorita pofesora con su voz encantadora y envolvente comenzó la relajación haciéndonos visualizar el color verde. A mí comenzó a invadirme de tal forma que cuando me quise dar cuenta me empezaron a salir ramas, hojas y frutos por todas partes. Que impresión más grandisísima me dio cuando la profe dijo que empezáramos a movernos poco a poco para reincorporarnos; pensé ¿y cómo narices hago yo ahora para mover las ciruelas? Porque a todo esto me convertí en un ciruelo cargadito de ciruelas negras (riquísimas, y si vas estreñido ni te cuento lo bien que hacen evacuar).
Espero que la experiencia no me venga a decir que soy un ciruelo, con el significado familiar y figurado que le otorga el diccionario (que viene a decir que el susodicho es un hombre muy necio e incapaz). Aunque bien pensado tampoco anda muy desencaminado el muy jodio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario