Hace tiempo, para ser exactos el 28 de junio de 2004, escribí:
En estos momentos estoy a la sombra, en el jardín del albergue, y me siento un poco envidioso. No, perdón, miento, envidioso no es la palabra. Triste, muy triste. No porque no me esté gustando la experiencia, que sí y mucho. Es que hay un par de chicos, descansando abrazados, sobre el cesped; a veces se les escapa un beso furtivo (o no tanto). Presupongo que son pareja (ya ves tú que lumbrera soy y que perspicacia poseo...). Y me pregunto sí algún día será posible que me ocurra tal cosa ¿podré tener pareja alguna vez, enamorarme y, a la vez, ser el enamorado de alguien?
Hoy, unas cuantas vivencias después, parece que nada ha cambiado. Pues sí, y mucho. La pregunta sigue en el aire ¿alguna vez correspondido? No lo creo. Lo que sí ha cambiado es la forma en que lo afronto. Me explico, adiferentemente de antes, ahora esa pregunta no me supone un sinvivir, un ahogo interior, no. Sí tiene que venir vendrá, y si no pues no.
La diferencia fundamental es que hoy me quiero por mi mismo, ayer creía qué (y ya se sabe que el creía qué y el pensaba qué son amigos del tonteque) sin una media naranga (de la china) no era ninjien o naide. Hoy sé que no necesito una media de nada, que soy entero.
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