lunes, 20 de julio de 2009

Ari puso la mesa.




Entrantes:
Impresiones, vistas, saludos… Cerquita de la piscina, la segunda cena fue.


Y de picar:
Empanadas de hojaldre. Una rica, la otra más.
La una llevaba en los adentros espinacas, queso fresco y almendras.
La más, ingeniosa, dulce pero no tanto. Rellena de castañas y pequeñitos tropezones (¡Huy! casi me caigo) de morcilla. Un contraste dulce salado, justoume ben.

Ya en la mesa, los platos.
Nosotros en sillas.

Quiso venir primero una ensalada templada, acompañada por una reducción de vinagre de Modena que le venía, mejor que bien venía, aumentaba todo y no reducía nada.
Pozzi, deambulaban espárragos, tomatitos, atún tun, paté de pimientos, algunas aceitunas negras pasaban por allí y se ve que les gustó la ensalada…
Muyyyyy sabrosa.

Solo millos se acercaron después; pero se ve que no se atrevieron a venir solos, por el camino se les unieron unos champiñones en salsa y unas patatiglias cocidas y asadas (iban monas ellas, las cocidas en taquitos pequeñitos aderezadas con pirixel, otras doraditas con piel, y al horno, iban monas)

Rodando voy, rodando vengo.
Claro, y el postre.
Ligerillo, por suerte para las baaaallenitas.
Tarta de limión y helado.

¿Tendrías café, por favor?
Pregunté.

Así fue en, las partes comestibles, la segunda cena.
Las partes emocionales no se comen, se viven.

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